Acompañarlo a beber hasta sus últimos días fue una experiencia dolorosa, no porque haya compartido con el sus delirios alcohólicos, sino porque son mas los recuerdos que tengo de el en este tipo de trance, que los que construimos antes de partir de Gran Bretaña. Mi compañía solo se resumía en permanecer a su lado en su letargo de vino, whisky o lo que hubiese a su alcance. No se violentaba, simplemente se transformaba en un ser para el dolor. Convenía hasta inclusive de procurarse cierto ambiente cargado de humo y penumbra, donde sus demonios se dieran rienda suelta sin ningún tipo de tapujo. Había aprendido de sus apariciones de madrugada, donde me despertaba con su cuerpo invadido por el miedo, acariciando mi cabello, o tomando mi mano para robarme el calor con la suya que transpiraba hielo. Sentado al borde de la cama, balbuceaba, recuperaba el color, e inmediatamente movido por un deseo terrible de confrontación, volvía tambaleante a su escritorio, donde amanecía con su cabeza hundida entre las hojas de papel donde documentaba sus incursiones crueles.Nunca te fastidia vivir de día? Me preguntaba insistentemente. No comprendía mi afán por la flor en su momento exacto de perfección, mas bien se interesaba cuando la misma comenzaba a marchitarse.Mi marido jamás fue organizado, dejaba todos sus escritos desparramados y la mayoría de las veces empapados en alcohol, cosa que yo trataba de solucionar, reconstruyendo con infinita paciencia la borrosa letra para que nada se perdiera.
Nuestras tardes de invierno se discurrían organizando su escritorio, cada vez mas atestado de escritos, ya que el ultimo tiempo ni siquiera trabajaba, si no que había decidido deliberadamente no hacer mas nada, hasta que ese fulgor sobrenatural que el decía que lo tenia de rehén desapareciera, al que le daba pelea escribiendo y bebiendo.La agonía de mi esposo concluyo una noche, cuando descubrió que su miedo mas profundo y su terror absoluto era nada mas y nada menos que el mismo. No había alrededor suyo algo que aborreciese mas que su reflejo, y luego de romper un espejo en mil pedazos dejo que su sangre fluyera por toda la habitación.
Luego del entierro, antes de partir sola de regreso a Gran Bretaña, un tal Edgard, compañero de borracheras, llego a casa en busca de su ropa, le pedí que se llevase con el sus negros escritos.